Quizás Sergio Larraín es uno de los chilenos más famosos en el mundo, pero a la vez es prácticamente desconocido en su propio país. Con el reconocimiento del medio y algunas de sus tomas en exhibición en el MoMA desde 1956, decidió retirarse. Prefirió el anonimato, la introspección y el misticismo.
Su sensibilidad a los rincones, situaciones y detalles, que al ojo de un simple mortal son invisibles, lo convirtieron en el primer fotógrafo latinoamericano en integrase a la famosa agencia Magnun. Tras 10 años de presenciar las peores catástrofes humanitarias de su época en búsqueda de la fotografía perfecta, se dedicó a la espiritualidad, la meditación y el yoga. En su sencilla casa de Tulahuén, al interior de Monte Patria vivió sus último años y finalmente falleció en la ciudad de Ovalle.
Para develar un poco más sobre la vida del fotógrafo, conversamos con su hijo, Juan José Larraín. Él lo acompañó hasta sus últimos días. Sergio nunca dio una entrevista y su conexión con el mundo fue a través de cartas, con excepción de la amistad que cultivó con los vecinos de Tulahuén, donde solía recorrer el poblado en bicicleta.
– Bueno, desde que tengo memoria mi papá siempre tuvo reconocimiento en el extranjero. Siempre le preguntaban porque no exponía en Chile. El me respondía negativamente. Decía quiero vivir tranquilo, que me dejen en paz. Por eso se vino a vivir a Tulahuén. Y, ahora me encanta que Chile sepa de su obra, que finalmente se reconozca.
– Me tocó caminar por las escaleras donde están las famosas dos niñas de Valparaíso. También por todos los cerros, los pasajes, las escaleras, los ascensores y las plazoletas. Me hizo recorrer Valparaíso a pie. Yo quedaba muerto.
– Siempre pensé que él miraba con el mismo recuadro que sale al mirar por el lente de una cámara. Él mira con la visión de la fotografía.
– Lo normal, lo cotidiano. No buscaba nada fuera de lo común. Mientras más común, mejor para él. Por ejemplo, ver pasear el perro por la calle, un gato sentado o niños jugando.
– Mi deseo es hacer un museo en la casa de Tulahuén. Que quede tal como está la casa, con la sencillez con la cual vivía, con sus muebles, su cuarto oscuro, su ampliadora, su bicicleta. La casa proyecta lo que era él.
– Él quería vivir tranquilo para escribir y pintar. No quería nada más con la fotografía y no quería que lo siguieran buscando por lo mismo. Entonces buscó un lugar, en aquellos años prácticamente aislado del mundo, donde él fue feliz.